UN
AMANECER EN LA PLAYA
Ese
día me dio una sorpresa, la que siempre había estado esperando.
―Vamos
a la playa. Tengo una sorpresa para ti ―me
dijo.
―¿Qué
será? Me tienes curiosa ―le
respondí.
―No,
espera y verás, preciosa.
Todo
el fin de semana largo estaba a nuestro pies y no lo íbamos a
desaprovechar. Empaqué todo y salimos
para Punto Fijo. Allá
habían
unas playas hermosas. Estaba entusiasmada, primera vez desde
cuando estábamos casados que me llevaba de vacaciones.
Llegamos
a
la ciudad.
Una
pequeña casita estaba reservada para nosotros. ¡Guao,
lo tenía todo planeado! En
la
noche, ni bien dejamos las cosas en el lugar, me instó a salir y
recorrer la playa. Me
asombró su pedido, pues eran
las diez
de la noche.
Una
hora estuvimos caminando, luego volvimos de nuevo a la posada.
Nos dimos un baño, me hizo el amor como hace mucho tiempo no me lo
hacía, con deseo, con pasión. Estaba gratamente complacida y
conmovida. Besos tiernos, caricias, susurros.
Sin querer,
el sueño se apoderó de nosotros, quedando
entrelazados uno al otro.
A
las cinco, justamente, suena el reloj. Se despierta y me despierta a
mí. Sabía como me colocaba cuando no dormía lo suficiente. Me
levanté de malas pulgas, como era de esperarse. Insistía en que
debía apurarme, pero
mi
mala cara era
insufrible.
Tomó
unas cosas, luego
mi mano, arrastrándome fuera. Estiró la manta en la arena, se sentó y yo al lado de él.
Me recosté sobre su hombro todavía con sueño. De pronto, vi el sol
salir, hermoso, resplandeciente, divino. Observé
cómo,
poco a poco, iba tomando el firmamento por
completo. Los rayos naranjas, cómo iban tornándose más y más
claros.
Era realmente
mágico el
espectáculo.
Toda
mi vida había querido presenciarlo, él lo sabía.
Un amanecer en la playa.
Unas
lágrimas se me salieron, humedeciendo
mi rostro iluminado por el sol.
Lo miré tiernamente,
agradeciéndole el inmenso regalo,
lo besé suavemente,
apenas rozando sus labios, diciéndole cómo me hacía sentir.
Contemplamos esa maravillosa visión juntos, agarrados de las manos, como si fuera una promesa de una siguiente vez. Por vez primera, me había sentido realmente querida y apreciada por él. ¿Qué había cambiado? No lo sabía, pero lo estaba disfrutando. Fue la primera de muchas. Nunca jamás olvidaré ese amanecer en la playa.
Contemplamos esa maravillosa visión juntos, agarrados de las manos, como si fuera una promesa de una siguiente vez. Por vez primera, me había sentido realmente querida y apreciada por él. ¿Qué había cambiado? No lo sabía, pero lo estaba disfrutando. Fue la primera de muchas. Nunca jamás olvidaré ese amanecer en la playa.
Derechos Reservados.
Dayana Rosas - Autora
Marcela Cayuela - Fotografía
Bonita historia.
ResponderBorrarLas cosas más sencillas son las más bellas...
La naturaleza es un tesoro que muchas veces no apreciamos.
Muchísimas gracias, Antonio. Realmente es así. No saben apreciar los momentos.
BorrarSencillo y cálido. No tiene precio ese regalo: MOMENTOS. Felicidades
ResponderBorrar¡¡¡¡Muchísimas gracias!!!! Por leer y comentar. Sí, momentos inolvidables que no tienen precio, llenan el alma.
Borrar¡¡¡¡Muchísimas gracias!!!! Por leer y comentar. Sí, momentos inolvidables que no tienen precio, llenan el alma.
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