ENAMORADA DE UN ADONIS
PARTE
VIII
Cumplo
su pedido y lo espero hasta el final de la noche de feria. Entre presentación y
presentación, sale, baila con otras dos chicas, y la última siempre conmigo.
Las demás me miran como si quisieran estrangularme, pero me importa un rábano.
Lo disfruto y él me disfruta a mí.
En
una de esas tantas veces que sale detrás de la barra, Elena, Amaya y yo nos
encontramos pidiendo nuestros refrescos en la barra donde bailan los chicos.
Una de las chicas que sirven los tragos, la de pelo negro, nos mira con cara de
pocos amigos, como si nos odiara. ¡Pero nosotros no le hemos hecho nada!
Como si Elena me leyera el pensamiento, sonríe como ganadora.
―No le hemos quitado nada que sea
suyo, pero ella crees que sí. Desde cuando comenzó la feria he visto como se le
insinúa a William. Otras dos chicas muy guapas a Maikol y Antón. Ellos le
siguen el juego pero realmente siempre les sacan el cuerpo. ¿Por qué será? ―pregunta con las mejillas rojitas
y se ríe―. Por eso están
molestas con nosotras. ¿No te parece raro que no se fijen en ellas, mujeres tan
guapas y sexys como ellos, pero sí en nosotras? Algunas veces creo que lo hacen
solo por pasar el rato y nosotras enamorándonos de ellos como bobas.
―Aunque me hago la
misma pregunta, no creo que sea un juego con nosotras. Tú sientes como te trata
Antón, ¿no es así? ¿Crees que es juego, de verdad? Ahora entiendo por qué no te
abres completamente con él y sigues en el mismo sitio que al principio. A ver
si sigues tus propias reglas y sugerencias. Deja de tener miedo y sigue tu
corazón. Lo hice como me dijiste o algo diferente, pero estoy muy feliz. ¡ESTOY
VOLANDO!
Elena
ríe a carcajadas por mi ocurrencia. Amaya se asoma a ver qué cuchicheamos, no
le gusta sentirse desplazada. Cuando escucha lo que le digo, sonríe también,
extiende los brazos y grita:
―¡YO TAMBIÉN! Se siente
divino. Y tú, Elena, a ver si te apuras, ¿sí? Basta de miedos, que ya me tienes
hasta la coronilla. Antón no puede ser más perfecto porque no puede. Se les ve
por encima la atracción, deja de acobardarte y di que sí. Puedes sorprenderte. ―Amaya se coloca una mano en la frente,
mientras niega con la cabeza―. Eres tremenda maestra, pero como alumna te
mueres de hambre. Sigue tus propios consejos, mamita.
Escuchas cómo le
habla la menor a la mayor me causa gracia, a la vez que me sorprende. Amaya es
sorprendente, a pesar de que es la menor siempre está pendiente de todo y
todos. Se ha dado cuenta de algo que yo no, solo por estar metida en mis
propios problemas. ¡Qué clase hermana soy! No vale enojarse o quejarse,
solo debo enmendar.
―¿Ves? No soy la única que lo dice. Así
que manos a la obra ―digo sin remordimientos.
―Están locas. No tienen ni idea cómo es
Antón. No hace falta que haga nada, él lo hace todo, solo que no digo que sí.
―Sabrás a qué
decir sí y a qué decir no. Pero deja de hacerle entender que no te gusta,
porque es muy obvio que sí.
La conversación
la interrumpo cuando veo a William caminar enfrente de nosotras, pasándonos de
largo. Me disculpo con las chicas, corro hacia donde está, antes de que entre a
la barra, y le pido que baile conmigo la canción que suena: «La temperatura».
Se voltea hacia mí, toma mi mano y se ríe.
―Encantado,
señorita.
Me entra la risa
y el nerviosismo. Es algo que me pasa cada vez que estoy cerca de él. Empezamos
a bailar. De pronto, se baja para que lo siga, pero me cuesta. Coloca su mano
en mi cintura para moverme con él quiere y es como si su mano quemara esa piel
a la que toca. Se levanta y me acerca más a él, muy cerca mientras damos
vueltas en la pista, lo que me hace reír. Luego, la mano con la que me sostiene
en el aire el brazo derecho, me guía la mano hacia su cintura y allí la deja.
Siento cómo se mueven sus caderas, lo fuerte de sus músculos allí. Como es de
esperarse, es inexplicable lo que siento y se desborda por mi cara. Observo de
reojo a mis hermanas, sus burlas son de lo peor, haciéndome salir un poco del
nerviosismo.
Al terminar la
canción, me toma de la mano y me lleva a dónde están mis hermanas. Se sonríe
con todas. Elena lo mira como si no existiera.
―Eres un
estúpido. ¿Lo sabías? Solo te disculpo porque sé que estabas más allá de
molesto, pero para la próxima, sé más cuidadoso. Las palabras son el castigo
del hombre. Día tras día, lo confirmo más ―asegura, mirándome a la cara y luego
a él.
No baja la
mirada, no es hombre de ocultar sus actos, pero es obvio que le afectan sus
palabras.
―¿Por qué le dices eso? ―pregunto
incrédula.
―Pregúntale, pregúntale lo que me dijo
―responde Elena.
―¿No me dirás? ―presiono, ya que no me
mira.
―Quizás después, preciosa . . .
―No, no. Dime,
quiero saber.
Elena y Amaya
emitan una risa soberbia, solo para molestarlo. Por lo que decide llevarme a
otro lugar diferente, no sin antes apretar la mano de Elena y darles las
gracias. Me lleva dentro del camerino de ellos, agradezco que no estén los
otros, porque si no me gana la vergüenza.
―¿Qué pasó? ¿Por qué Elena te ha dicho
eso? ―Camino hasta encontrarme enfrente de él, buscando su mirada.
―¿Recuerdas cuando ustedes llegaron y tus
hermanas me saludaron?
―Por supuesto, cómo olvidarlo. Pasaste de
mí de lo más feo.
―En ese momento ella me dijo que hoy te
traía para que pudiera hablar contigo y arreglar todo. . . y yo . . .
―¿Tú qué, William?
―Le respondí que no. Literalmente le
dije: Muchas gracias, no quiero nada con tu hermanita, así que se puede ir por
donde vino. ―Impactada por sus palabras no sé cómo reaccionar. Realmente es
un estúpido. Se da cuenta como me altero, me toma de las manos y me da un
abrazo―. Preciosa, entiéndeme. Estaba cabreado de lo más grande contigo. Me
sentía mal, aparentabas una cosa y luego te escondías. Pensé que estabas
jugando conmigo y no soy hombre de juegos. Por favor, discúlpame.
―Te diré como dicen por estos lados, eres
un capullo. ¿De verdad no tenías intenciones de hablarme?
―Ninguna, Fátima. No me gusta que jueguen
conmigo. Pero cuando me buscaste, insististe y te abriste de esa manera
conmigo, no pude evitarlo. ―Me besa apasionadamente y viceversa―. Tenía que
tenerte conmigo por tu propia voluntad y aquí estás. Mía.
―Serás creído ―digo sonriendo―. Sí, tuya.
Como todo tú eres mío.
―¿Posesiva mi mujer? ―pregunta divertido.
―Solo un poquito
―respondo, colocando los dedos en una medida. Lo hago reír tan cándido como al
principio.
Me atrevo, le doy
un beso y lo abrazo con mis dos brazos. Quiero sentirlo lo más cerca posible de
mí, para que nunca pueda volver a decir esas sandeces. Lo muerdo en el labio
superior, muy suave y seductoramente, para luego apartarme de él y salir corriendo
del camerino. Ahora, que piense un poco en mí, así como él me tiene pensando en
él.
Derechos Reservados
Imagen internet - Edición Marianny Pulgar
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