SIN CORDURA
Él siempre me contaba de lo enamorado que estaba de ella.
Siempre le decía que lo que ella hacía no era de una chica que
correspondiera a su amor, pero como los hombres son como son, no me creyó. Así que tuve que dejar que se diera cuenta solo.
No
pasó mucho tiempo para que lo notara. Ahora sí venía a mí con dolor,
con temor, con frustración. Una y otra vez me repetía que no
podía vivir sin ella, que era un tonto por enamorarse, pues ella
nunca le había dado indicios de que fuera mutuo. Mil veces se dijo tonto y mil veces se sintió desolado porque su amor no se podía terminar. Y yo asentía, solo
escuchándolo. ¿Qué más podía hacer? Nada, solo estar allí por y para él.
Pasados
unos días, sus comentarios ya no eran de dolor, sino de
resentimiento. Ella había empezado a mostrar cariño y a prestarle
atención a otro chico. Eso lo ofuscaba y lo colocaba de mal humor. Una vez, con su semblante determinado, aseguró que la borraría de su vida, que no quería saber nada de ella,
que la iba a olvidar, porque no soportaba su coquetería con los
demás y, menos, con ese muchacho. Por supuesto, supe desde el principio que eso no era cierto. Así que seguí como su pañuelo de lágrimas.
Empecé
a asustarme cuando me dijo que si ella no era de él, no era de nadie. Ya
lo de no "querer saber nada de ella" estaba olvidado, como lo supuse. El semblante de mi amigo era oscuro, trágico. Y no que yo fuera
amiga de ella, pero mi gran amigo estaba actuando de manera muy
extraña. Me asustaba y no quería que ni él ni nadie saliera
herido. Así que fui a hablar con la chica. Quedó atontada cuando le
conté lo que pasaba. Quedamos en que tendría mucho cuidado con sus salidas.
Doy
gracias a Dios por haber hecho lo que hice. Dos semanas después, él
los esperaba con el carro prendido a las afuera del restaurante.
Cuando iban cruzando la calle, arremetió con todo, pisó el acelerador y se fue encima de ellos. Si
no fuera porque el chico fue rápido, mi amigo los habría matado a
los dos. Con su objetivo no cometido, fue a mi casa y me lo contó
todo. No hallaba qué decir, estaba muda. Había intentado matarlos.
¿Era cierto todo esto? ¿Mi gran amigo podía llegar a esos
extremos?
La
pareja presentó cargos, como era de esperarse. Obviamente, mi amigo
tenía problemas y hoy cumple condena recluido en un sanatorio. Todas
las semanas voy a visitarlo, hablo, converso. Dice que no se imagina
sin mí. Lo veo mejor y espero que pronto se recupere y sea el mismo
hombre cariñoso del que me enamoré una vez. Es increíble lo que puede hacer un ser sin cordura, sin control de sí. Por eso, hay que tomar las cosas con calma. Lo mejor es lo que pasa, ahora y siempre.
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Dayana Rosas S.G.
Imagen Pixabay - ThomasWolter
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