Cada vez que se sentaba en esa mesa, solitaria y al final del corredor, aquella en la que tantas veces se habían encontrado, dibujaba un corazón en la ventana, con sus dedos.
Recordaba siempre, cada vez que lo hacía, cada día, semana tras semanas, las palabras que Miriam le decía cuando era ella quien lo dibujaba.
-Esto simboliza nuestro amor. Es tu corazón y el mío juntos. ¿Lo ves?
Él sonreía y callaba solo para que ella continuara.
-Pero qué cabezón eres. Tu mitad y la mía. ¿Ves? Si un día llegamos a separarnos -dice con pesar y tristeza- que será pronto, dibújalo para mí aquí mismo, solo cuando sientas que me sigues queriendo y amando como yo nunca dejaré de amarte. Sólo así, bajaré hasta aquí y te daré un beso en los labios, para que sepas que te esperaré.
Las lágrimas caen como hilos de plata sobre sus mejillas, cuando siente una brisa que acaricia sus labios y la esencia de su amada Miriam. Sin falta, todos los días volvía a él. Faltaba menos para reunirse con ella.
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