MI PEDIDO
Me senté a orillas del río inmenso. Los colores de la vegetación, del agua las rocas gigantescas me decían: hay algo más.
Respiré profundo, dejé que el olor saturara mi pecho, cerré los ojos y pedí mi deseo, tan ferviente y fervorosamente que cristales recorrían mis mejillas: dame fuerzas para seguir, dame aliento para continuar, dame entendimiento para actuar.
¿A quién le pedía? A esa Fuerza que sabía me sobrepasaba, infinita como el Cosmos. ¿Oiría a un alma triste como la mía? No lo sabía, pero lo intentaría. El remordimiento me carcomía el corazón.
Allí fue cuando la vi, como si de un cuento mágico se tratase. Mi visión la enfocó perfectamente como un telescopio. Una hada de inigualable belleza, cabellos verdes, piel blanca y delicada, alas chiquitas pero resistentes, como si aletearan mil veces por minuto. Toda ella destilaba pureza, calma, paz. Sus ojos verdes me llamaban, unos que combinaban perfectamente con sus ropas. Parecía una pequeña hoja de un árbol deambulando por los aires.
Me sonrió, tintineó varias veces, queriendo decirme algo. Su mano se agitó hacia mí, por lo que me dispuse a seguirla. Nos detuvimos dentro del río, en todo el centro. Con su dedito tocó el agua y volvió a sonreír. Esta se agitó y formó como un espejo frente de mí. Toda mi vida en un solo instante. Casi no podía respirar: mi culpa, mi culpa, repetía en mi cabeza.
Ella se acercó a mí, frotó mi nariz como si quisiera consolarme. Su presencia me colmó de calma y pude relajarme. De pronto, pude entenderla. Me habló.
-Yo, Viela, soy. Porque así se ha dispuesto. Trabajo, juego, aprendo y soy feliz. Por eso, ver tu tristeza al pasar me hizo quererte ayudar. En el humano el sentimiento de culpa es algo lamentable, pues no logran nada con ello. Bórralo de ti, humano. Si cometes un error, arrepiéntete, pero por sobre todo trata de enmendarlo. No te consumas en el dolor como si fueras un cobarde que no puede hacer frente a sus accionares. Sé fuerte y enmienda. No estás solo y lo sabes. Mírame, aquí estoy yo, como muchos otros que se preocupante por ti. No los pierdas.
Sus labios tocaron mis mejillas y pude verme tranquilo, feliz, en paz. Sí, haría la diferencia. Me rehusaba a seguir perdido entre las tinieblas habiendo tantas personas para ayudar, incluyendo a la que le había hecho daño.
Lo hice. Hoy me siento diferente. Perdonado, libre y en paz para servir. Vuelvo al río para que Viela vea en lo que me ha ayudado a convertir y se sienta orgullosa de mí. La espero. Sé que vendrá.
PD: Una historia de regalo a mi querida madre por su cumpleaños. Te amo, madre querida.
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Imagen Internet
Autora Dayana Rosas
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