JUSTAMENTE HOY PARTE I

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JUSTAMENTE HOY

PARTE I



El evento comenzó sin ningún problema Las mesas, las sillas, la música dispuestas perfectamente en derredor del salón. Cuando los invitados comenzaron a llegar, la comida, la bebida estaban ya en las mesas, con decoraciones elegantes y sutiles. Realmente nos ha quedado muy bien. Si lo pienso más fríamente, podría decir que ha sido uno de nuestros mejores trabajos. Por eso mismo, nunca pensé encontrármela precisamente a ella en esta situación.

Fue una de las primeras que llegó al evento. Su vestido, su maquillaje, su peinado. Todo es realmente elegante. Desde ese momento me cautivó. Lo que no pude evitar notar fue ese nerviosismo que la atravesaba de poro a poro de su cuerpo. Quizás eso ha sido lo que más me ha llamado la atención de ella.

Una y otra vez la vi tomar un vaso con agua, repetirse cosas para sí misma. Sé que es con agua, porque es lo que desaparecía en la mesa, hasta cuando aparecieron otros invitados. A pesar de la presencia de ellos, su nerviosismo no desapareció. Me resulta tan intrigante esa mujer. Alta, morena, esbelta, hermosa. Una mujer realmente hermosa.

Pero cuando vi la razón por la que se encontraba así, no pude creérmelo. Sí, el evento era especial. Una boda. Al aparecer los novios por la puerta principal, tomados de las manos y felices, su nerviosismo desapareció para dar entrada a una relación entre tristeza y felicidad. ¿Sería posible que esta preciosa mujer estuviera enamorada de su amigo, el que se había casado hoy? ¿Podría estar más condenada en esta vida?

En ese momento, solo podía pensar en lo que debía estar sufriendo esa pobre chica. Mi corazón se estrujó enormemente cuando la feliz pareja se acercó a su mesa. El amor de su vida la sacó a bailar entre risas y cuentos. Su cuerpo pedía a gritos salir de allí, mientras que otra parte se alegraba de todavía tenerlo en su vida. Una diatriba demasiado rigurosa para su corta edad.

Sus ojos destilaban la tristeza de su alma. ¿Cómo podía estar sufriendo de esa manera? Algo dentro de mí ruega porque la abrace, porque la tome entre mis brazos y le dé el cariño y el soporte que le hace falta esta noche. ¿Pero cómo me acerco hasta ella? No lo sé, simplemente no lo sé. Todo se me nubla. Yo, al que todos dicen que las palabras le fluyen como agua de manantial, cuando la tengo cerca no hay palabra que pueda emitir. Me veo allí, diciéndole algo y ella ignorándome de lo más grande. ¿Esa es la impresión que quiero dejarle? Por supuesto que no.

Dos horas después, noto como sigue tomando agua. Medio sonríe, pero llora por dentro. Lo sé por su mirada. En toda la noche casi no ha bailado. Si cuatro canciones han aceptado es mucho. Lo que no se ha perdido en toda la noche es su mirada, siempre dirigida a la feliz pareja, la que solo con mirarla hace que su corazón pierda más y más energía.

No. No puedo más. Tengo que hacer algo para ayudarla. ¡Dios mío, dame una señal o algo que me diga qué hacer! Como por arte de magia, todo se da. Ella se levanta de la mesa, disculpándose con los otros invitados. Observo la dirección que toma.

―Debo ir hacer algo, Carlos. Mientras no esté, te quedas a cargo ―le digo a mi mano derecha y mejor amigo, mientras trato de seguirla.

Me apresuro, intentando alcanzarla para donde sea que vaya. Antes de salir del salón, tomo una copa del mesero que me pasa justo al frente.

―Gracias. Justo a tiempo. Lo necesito ―comento, tomando una copa en cada mano.

Vuelvo mis ojos hacia ella. Abre la puerta y sale. Seguramente irá hacia el parque que está fuera, el parque que uno todos los salones del recinto. Mis pies toman más rapidez. Si se va, estoy perdido. No habrá otro chance para verla o conocerla.

Cuando dejo atrás el lugar también, la busco por donde quiera, pero no la consigo. Camino hacia la salida, pero no se ve movimiento alguno. De pronto, escucho unos sollozos muy suaves pero descontrolados. Es ella, estoy seguro. Mis pasos son rápidos, necesito llegar hasta donde ella se encuentra.

Camino por uno de los pasillos que da al parque central y la observó allí, en cuclillas y abrazada a ella misma, llorando desconsoladamente, dejando que sus lágrimas desmaquillen su rostro, pero sin que por un segundo eso la enrarezca. Sigue siendo perfectamente hermosa.

No puedo articular palabra, por lo que ella ni se percata de mi presencia. ¿Qué puedo decir? Es evidente que está destrozada y con razón. ¡Ojalá pudiera ayudarla a olvidar! Me acerco hacia ella, le extiendo la copa sin mediar palabra. Ella contiene un poco el llanto, me observa y no hace ningún movimiento, solo el de secar sus lágrimas con sus manos.

―No, por favor. No lo hagas. ―Saco de mi chaleco un paño negro y se lo extiendo, sonriendo―. Así no se lo mancharás y tú realmente secarás todo lo que sale con él. Tendré parte de ti allí.

¡Dios mío, nervioso parezco un perico! Ella extiende su brazo, toma el pañuelo y comienza a limpiarse la cara: los ojos, las mejillas, su barbilla, inclusive su cuello, el que también está manchado de negro. Ella vuelve a posar sus ojos sobre mí, pero sigue sin decir palabra alguna.

―Ven. Levántate. Eres muy bella para que estés allí, suspirando por alguien que no te ha valorado. ―Sus ojos se abren como platos. Retira mi mano con un golpe y se levanta deprisa.

―¿Tú qué sabes de mi vida o de lo que me pasa? ―pregunta y grita al mismo tiempo.

―¿Acaso es mentira, preciosa?

Detenidamente me observa, se echa el cabello hacia atrás de la oreja, como un ademán nervioso, y suspira de nuevo, llenándose las pupilas de pequeños destellos brillantes.

―No, por favor. No quiero verte llorar más. Si has venido a una fiesta, pues vas a divertirte.

Cuando está a punto de rebatir de nuevo lo que he dicho, le entrego en la mano la copa.

―Es champagne. Hasta el fondo ―le ordeno.

―Pero es que no tomo.

―Hoy sí lo harás. ¡Vamos! Tómatela.

Sin podérmelo creer, me hace caso. Se toma a pecho la copa. La ayudo levantándosela por detrás, para que llegue al fondo rápido.

Cuando termina, se ríe como una niña. En ese momento, me doy cuenta que estoy completamente perdido por esta mujer-niña. Tomo de nuevo la copa, le extendiendo mi brazo, invitándola a que entre conmigo de nuevo al salón.

No me pregunta ni un nombre, ni yo tampoco. Por ahora estamos más que bien los dos. Es el principio de la noche. Nuestra noche comienza aquí.

Derechos Reservados
Autora Dayana Rosas (Nix)
Imagen Pixabay
Edición de imagen Dayana Rosas

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