SIMPLEMENTE A SU LADO
PARTE VIII
El escándalo fuera del cuarto me despierta. ¿Qué pasa? Me quedo petrificada al pensar que Tomás está afuera formándole un problema a Martha. No muevo ni un músculo, seguramente mi querida amiga lo despachará, mintiéndole al decir que no estoy aquí. Las voces se hacen más audibles.
―¿Dónde está? Quiero verla ―dice una voz masculina, no la de Tomás. El corazón se me empequeñece todo.
―En el cuarto. Está dormida. No la vayas a despertar, por favor. Espera a que descanse.
¡Dios mío, es Víctor! ¿Qué hace aquíí? ¿Cómo se enteró? Mi mente maquina rápido. Obviamente, la bocota de mi amiga se ha ido más de la cuenta y mira lo que ha pasado. Tomo mi celular y le escribo rápidamente.
No recibo respuesta alguna. ¡Qué lea el mensaje, por favor! Segundos después, Víctor entra en la habitación, sin siquiera tocar la puerta por cortesía. Observa mi cuerpo, mi cara, mi necesidad y gime de rabia.
―¿Es verdad lo que me ha contado Martha?
―No ―respondo, temblándome la voz.
―Ahora me mientes. ¿Dónde está ese maldito? Esto lo va a pagar.
―¿De qué hablas, Víctor? No hay nada que pagar ―comento, partiéndoseme la voz. Las lágrimas vuelven a brotar, pero ya no solo de miedo, sino de rabia porque él me está viendo de esta manera.
Al verlas, su rostro cambia, su cuerpo se tensa mucho y no se mueve. Trato de secar mi rostro con las manos, sin éxito, pues las gotas siguen mojándome.
―Vete, Víctor. No ha pasado nada.
Se acerca a mí como un rayo, se sienta en la cama a mi lado y me abraza. Primera vez en la vida que recibo uno de él. ¡Qué bien se siente aquí entre sus brazos! Lo sigue haciendo, más profundo, más protector. No sé cómo, pero me voy relajando, sintiéndome más segura. Las lágrimas se van deteniendo, mientras me acaricia el pelo.
―¿Dónde está? Quiero verla ―dice una voz masculina, no la de Tomás. El corazón se me empequeñece todo.
―En el cuarto. Está dormida. No la vayas a despertar, por favor. Espera a que descanse.
¡Dios mío, es Víctor! ¿Qué hace aquíí? ¿Cómo se enteró? Mi mente maquina rápido. Obviamente, la bocota de mi amiga se ha ido más de la cuenta y mira lo que ha pasado. Tomo mi celular y le escribo rápidamente.
«Por favor, Martha, no dejes que entre. No quiero que me vea de esta manera ni quiero contarle lo que ha pasado. Dile que se vaya, que me he tomado un calmante o algo. Que se vaya».
No recibo respuesta alguna. ¡Qué lea el mensaje, por favor! Segundos después, Víctor entra en la habitación, sin siquiera tocar la puerta por cortesía. Observa mi cuerpo, mi cara, mi necesidad y gime de rabia.
―¿Es verdad lo que me ha contado Martha?
―No ―respondo, temblándome la voz.
―Ahora me mientes. ¿Dónde está ese maldito? Esto lo va a pagar.
―¿De qué hablas, Víctor? No hay nada que pagar ―comento, partiéndoseme la voz. Las lágrimas vuelven a brotar, pero ya no solo de miedo, sino de rabia porque él me está viendo de esta manera.
Al verlas, su rostro cambia, su cuerpo se tensa mucho y no se mueve. Trato de secar mi rostro con las manos, sin éxito, pues las gotas siguen mojándome.
―Vete, Víctor. No ha pasado nada.
Se acerca a mí como un rayo, se sienta en la cama a mi lado y me abraza. Primera vez en la vida que recibo uno de él. ¡Qué bien se siente aquí entre sus brazos! Lo sigue haciendo, más profundo, más protector. No sé cómo, pero me voy relajando, sintiéndome más segura. Las lágrimas se van deteniendo, mientras me acaricia el pelo.
Derechos Reservados
Imagen - Pixabay - markusspiske
Autora Dayana Rosas S. G.
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