ENAMORADA DE UN ADONIS
Han pasado dos días desde cuando estuvimos
todos en las playas de Marbella. No sé nada de William, no me ha
escrito ni yo a él. Todavía recuerdo lo molesto que estaba cuando
no quise mirarlo ni hablarle durante el tiempo restante de la
velada. ¿¡Pero qué podía hacer!? Muerta de la vergüenza me
encontraba.
Hoy pienso que quizás me sobrepasé. ¿Lo que
pasó ese día fue de dos? ¿No? Él lo quería tanto como yo. ¿Por
qué tuve que ser tan torpe y miedosa? Es lógico que esté molesto y
que no quiera saber nada de mí. ¿William es un hombre al que le
gusta las chicas que no pelean por él? No, por supuesto que no.
Estoy en un aprieto, porque realmente no sé qué hacer.
De
pronto, se me ocurre una idea. Elena es mi salvación, ella siempre
sabe cómo arreglar las cosas del corazón. Por algo la llamo «la Celestina».
Abro la puerta del cuarto y, como posesa, grito su nombre.
―¡Niña!,
¿qué te ocurre? ¿Desde cuándo te gusta gritar tanto? No estoy
sordaaaaaa ―responde
desde el pasillo Elena.
―Lo
siento. Pero es que necesito hablarte urgente. Me he muerto de miedo enfrente de William y ahora no sé cómo acomodar la situación. ¡Por favor,
ayúdame!
―¡Ah,
te diste cuenta de lo burra que eres. Fati! ¡Ya era hora, mujer! Te
portaste como la más inmadura del mundo. No lo puedo creer, de
verdad.
―No
sé qué me pasó, no podía con la pena. Pero . . . no me regañes
más, es suficiente con la forma en que me siento. De pensar que
puedo perder hasta la amistad que tenemos, me quiero morir. ¿Vas a ayudarme?
La cara de satisfacción que coloca esta hermana
mía es de película, le encanta cuando alguien reconoce su
perspicacia en el contexto amoroso. Sin embargo, sus ojos me dicen
que no me quiere ayudar.
―Es
que . . . ―balbucea.
Coloco mis ojos de perro regañado, luego
inclino mi cabeza a su hombro y la muevo de un lugar a otro. Elena se
ríe dulcemente.
―Eres
una loca. No debería ayudarte, la has embarrado de lo más lindo,
mija.
―¡Por
fa, por fa, por fa! De seguro tú sabes qué debo hacer! ¡Ayúdame!
No tienes idea de lo que sentí en esos momentos con él.
―Por
supuesto que lo sé. No se te olvide, estoy como tú por Antón. Y
hasta ahora las cosas van perfectas. ―Sonríe
como una niña pequeña con el dulce que más le gusta en la mano.
¡Ojalá me sintiera igual!― Creo que se ha dado cuenta cómo me
siento, pero no me ha dicho nada y, lo mejor, no me ha apartado. ¡Y
nos fueron a ver! Es que parece una novela romántica.
La observo de nuevo rogándole que me ayude. Le
tomo la mano, la halo hacia mí una y otra vez, tratando de
convencerla. Sin darme cuenta, me agarra ella de la mano que tengo
sobre la suya, me lleva hacia su cuerpo, abrazándome muy
fuerte.
―¡Por fin! Me alegra verte enamorada de
verdad y que quieras luchar por ello. Pensé nunca te vería de este
modo. Eres más dura que un sancocho de tuercas. ―Ríes a
carcajadas y hago lo mismo. Esta hermana mía es una cosa genial. Me
separa un poco de ella y me mira directo a los ojos, lista para
lanzarme una bomba. Esa es la cara que tiene―. Te ayudaré, pero
debes saber que para acomodar este embrollo debes hacer algo
contundente. ¿Segura que estás lista? No es momento para que salga
tu parte tímida, sino al contrario. ¿Lo harás?
Me quedo pensativa unos momentos. ¿Estoy lista?
Claro que sí, no puedo permitirme perderlo, menos ahora. Si soy la que
se equivoca, debo enmendar la situación. Así que daré todo lo que
esté a mi alcance para solucionarlo.
―Sí. Estoy segura, Ele. Ayúdame, haré lo
que sea necesario.
Elena
sonríe, me sienta en la cama y comienza su verborrea acerca de lo
que debo y no debo hacer para acercarme de nuevo a él, contentarlo y
construir de nuevo eso que teníamos antes. Con cada palabra que sale
de su boca, la sorpresa se apodera de mí. Me coloco como tomate y
comienzo a negar con la cabeza. Mi hermana se ríe pero no se detiene
en la explicación. ¡Que
la tengo bien dura para conquistarlo de nuevo!
Veo
como Elena se levanta de la cama directo hacia mi armario. Mientras
sigue conversando y dando instrucciones, revisa una a una las prendas
que guardo allí. Parece un abanico cada vez que saca una, negando
rotundamente.
―Monjita, nada de esto te sirve para captar su
atención. Así que tendrás que utilizar algo de Amaya o mío.
―Pero . . . pero . . .
―Pero nada, mujer. Vamos a mi cuarto a ver qué
tenemos para ti.
Dos
horas justamente se demoran mis hermanas en vestirme, arreglarme y
entrenarme para lo que debo hacer. Me mire al espejo y
quedo boquiabierta. ¿Esta
soy yo? ¡Madre mía!
El rubor sube a mis mejillas. La camisa azul medio abierta en el
centro, jeans pegados, el cabello suelto y el
maquillaje. ¡Guao!
Ambas
sonríen victoriosas con su obra maestra: yo.
En
menos de veinte minutos cada uno se acicala y se viste para salir. ¿A
dónde vamos? A una feria en otro pueblo para ver a los chicos, divertirnos bailando y verlos gozar. Son los mejores animadores que
he visto, y eso que nosotras hemos entrado a todas las casetas de
las diferentes ferias. Hemos quedado enganchadas en esta. Y
luego de que los conociéramos,
ha sido más fuerte las ganas de quedarnos.
En
cinco minutos estamos en el auto listas para partir. De aquí son
como dos horas. Vamos preparadas. Respiro profundo y me doy valor.
¡Vamos
Fátima, es hora de ser una mujer decidida!
Autora Dayana Rosas
Imagen y edición Marianny Pulgar
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