ENAMORADA DE UN ADONIS
Dos horas y veinte minutos nos toma llegar a la
caseta de los chicos. Aparcamos el carro, nos bajamos, lo cerramos y
nos colocamos en camino a la feria. Cruzando la entrada nos
percatamos de que los tres están en la barra, conversando y
sirviendo los tragos a las personas. Como no es raro, muchas chicas y
uno que otro hombre les piden hacerse una foto con ellos, a lo cual
aceptan complacientes.
Para mi sorpresa, la misma estúpida del día de
la playa está tomándose una foto con William. Sé que los celos no
son buenos y que tampoco tengo derecho a ello porque no somos nada,
pero es que si pudiera la arrastrara como mopa por todo el suelo.
Entonces recuerdo lo que me dijo horas antes Elena. Suspiro, me
arreglo las ropas y me dirijo hacia la barra. Las chicas me siguen
sin decir palabra alguna, pero todas a la espera de lo que estoy a
punto de hacer.
Ya en la barra, les sonreímos a los chicos.
Cada uno se acerca para saludarnos, como siempre hacen. Maikol y
Antón se aproximan y nos abrazan muy dulcemente, con sus sonrisas de
siempre. Maikol le dice algo a Amaya y Antón a Elena. En cambio,
William sigue tomándose fotos con la tonta más tonta, mientras
estoy allí parada esperando que se digne a saludar.
Para mi sorpresa, del otro lado de la barra
camina en dirección a nosotras, pero me pasa de largo y va
directamente a saludas a mis hermanas. ¡No me lo creo! Elena se
disgusta mucho, Amaya se queda sin saber muy bien que hacer. La
primera le dice algo al oído a William, a lo que él responde con
una negativa. Quisiera saber qué le dice, el corazón se me va a
salir y las lágrimas también.
Cuando se separa, se aleja de la barra para
meterse dentro de la multitud, totalmente disgustada. Amaya y yo la
seguimos. Lo que ha pasado me ha golpeado sobremanera y tengo que ver
cómo resolverlo.
―¿Qué le has dicho? ―pregunto
en el momento en que elegimos un lugar para estar.
―No importa, linda. Es un estúpido, por no
decir otra cosa. Si se mete contigo se mete con nosotras. Mejor nos
vamos ya. No quiero estar más aquí.
―¡Noooooo, por
fa, Ele! Quien se ha metido primero con él he sido yo, ¿recuerdas?
Y si nos vamos nada podré arreglar, además de que ustedes
probablemente también pierdan la amistad con los chicos. ¿Eso
quieren?
―No, no queremos eso. Pero se ha pasado
―responde Amaya.
―Se los ruego, chicas.
Denme una oportunidad para arreglar todo.
―Está bien. Fati. Has lo
que tengas que hacer. Las cosas ha cambiado un poco de lo que
hablamos, pero estoy segura de que sabrás que hace. Pero si el
cabezotas ese sigue con lo mismo, nos vamos.
―Gracias, gracias. Ya
vengo. No se muevan de aquí.
―No lo haremos ―ríe
Amaya―,
estaremos moviendo todo el cuerpo para pasar el mal rato.
¡Bueno, Fátima, esta
es tu oportunidad! O haces algo contundente y que este hombre sepa
que no quieres juego y que vas con todo, o despídete de él.
Camino hacia la barra y noto que solo
está Antón allí. Cuando se percata de mí, me hace señas para que
vaya por los laterales de la barra, lo cual hago.
Se
acerca hacia mí para decirme algo al oído, mientras aproxima
con su mano mi rostro al de él. Primero
me pide disculpas por el comportamiento
de su amigo, la idea de que es un inmaduro le ronda por la cabeza.
Cuando ve que niego con la cabeza restándole importancia, me sonríe.
―Necesito que vayas dentro y hables con él.
Ha estado de un insoportable desde la última vez que las vimos. ¿Qué
pasó? No nos ha querido contar.
Antón nota mi rubor y sabe que no tendrá de mi
parte respuesta alguna, sin contar el hecho de que se ha metido en un
tema íntimo.
―Disculpa, Fátima, no quería ser un grosero.
Pero por favor, entra y habla con él. Realmente lo hemos notado
irritable.
―Pero si ya viste que ni
me quiso saluda. ¿Qué te hace pensar que quiere hablarme?
―Hazme caso, linda.
Necesitan hablar y él debe
calmarse; eso solo pasará si hablas con
él y resuelven lo que pasó.
―Gracias, Antón. Te debo una, prometido que
te lo recompensare. ―Sonrío como niña buena, maquinando cómo se
lo voy a retribuir.
Entro al pasillo de la barra, me asomo a la
puerta para dar al interior del camerino.
―Buenas, buenas. Voy a entrar ―digo,
mientras doy un paso hacia el frente.
Maikol está colocándose
la camisa y William sentado cabizbajo en un silla. El
primero se termina de colocar la camisa, se acerca hacia mí dándome
un abrazo muy fuerte.
―¡Por fin! ―murmura muy cerca de mi oído.
Así mismo, sin tener que
pedírselo, sale del camerino dejándonos a los dos solos. William
levanta la cabeza, la mirada más gélida que he visto nunca. Se
levanta y me pasa por el lado. Es obvio que no quiere dirigirme la
palabra ni nada parecido. ¡Vamos,
Fátima! ¡O haces algo ya o pierdes tu oportunidad!
Volteo mi cuerpo y, antes de que cruce el umbral, tomo su vigoroso
brazo. Como puede deshace mi agarre, para seguir su camino.
Rápidamente, lo sujeto con las dos manos, para dificultarle más la
huida.
―¡Por favor, William! Espera, habla conmigo.
De verdad lo siento.
―¿Sientes
qué Fátima? ―pregunta, esta vez sin moverse ni un ápice todavía
dándome la espalda.
―Todo. Siento haberme portado así ese día,
ser una cobarde para no darte la cara, romper el momento mágico que
tuvimos. Pero entiéndeme . . .
―¿Que
debo entender, Fátima? ―vuelve a preguntar, esta vez mostrándome
la cara―.
¿Que no quieres nada conmigo? Me lo dejaste bien claro hace dos
días.
Mi cuerpo reacciona a sus palabras, por lo que
comienzo a negar con la cabeza rotúndamente. Mi cuerpo va hacia
el suyo sin dilación. Él poco a poco retrocede, hasta quedar
recostado sobre la pared. Así es como mi cuerpo puede tocar el suyo,
grande, fuerte, de hombre. Acerco mi cabeza a la él, rozo con mis
labios los suyos, suave, lento, intenso, dándome entera en ese
toque.
―No,
no es así Will. ¿No te das cuenta que estoy enamorada de ti? Que me
colocas nerviosa y me intimidas cada vez que estoy cerca de ti?
―susurro
entre beso y beso―. No te imaginas lo que me haces sentir, lo que
imagino que haría solo porque me lo pidieras.
Siento
como su respiración se acelera, como su pecho sube y baja más y más
rápido, como su boca responde a la mía. El beso se intensifica por
él, el deseo nos embarga, nos llena. Queremos todo uno del otro.
Me toma de las caderas y ahora soy yo la que
queda de espaldas a la pared, recibiendo las atenciones de este
Adonis. Sus manos recorren mis caderas, su boca mis labios, mi
garganta, mi cuello. Mis manos atraen sus caderas hacia las mías,
queriendo sentir todo. Lo acaricio intensamente, igual que él a mí.
Nuestras respiraciones se hacen una. Sus manos aprietan fuerte, su
barba me rasga la piel, es un dolor placentero. Los minutos se
vuelven nada, el tiempo se detiene en nosotros.
Nos
detenemos sin querer porque de arriba lo llaman para el nuevo
espectáculo que deben hacer para el público. Se detiene, igual que
yo. Nuestras frentes se juntas, ayudándonos a calmarnos y a
respirar. ¡Pero qué difícil
es separarme de él!
Me
toma de la mano, sus labios dan un casto beso allí. Sonrío como la
más tonta enamorada.
―Esta
noche es mía, Fátima. Y todas las noches y los días de ahora en
adelante. No
te vayas, espera a que salga, por favor.
―¿Pero y mis hermanas?
―No te vayas, no lo hagas. Debo ir. Este baile
es para ti, solo para ti.
Me
da un beso rápido en los labios y sale del camerino. Y yo me quedo
estúpida por unos segundos. ¿Suya
por siempre? ¡Que bien se escucha eso! No puede
esperar a ver cuál es mi baile esta noche.
Derechos Reservados
Edición de Imagen Dayana Rosas
Autora Dayana Rosas
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