ENAMORADA DE UN ADONIS
PARTE VII
La cara de molesto que tiene
no es normal. Agradezco que en estos momentos no hay nadie más en la cola,
porque si no se enfadarían. Sigue mirándome, esperando que me acerque a él;
cosa que hago, pero muy despacio. Es intimidante cuando está de este humor.
Sin decir nada más, me poso
enfrente de él, observando sus rudos y acechantes ojos. No parpadeo, no frunzo
el ceño, creo que ni siquiera respiro, aguardo con algo de vergüenza su
reacción.
―¿Por qué te
fuiste si no habíamos terminado el acto? Te dije que este baile era para ti.
¿Acaso no te importa?
―¿Por eso estás
molesto? ―pregunto suavemente, cerca de él, sin responder a
sus preguntas.
―No
contestes una pregunta con otra ―dice más molesto todavía. Sigue allí de
pie, un poco amenazante―. Estoy esperando tu respuesta.
Me exige que le conteste,
pero es que no sé qué decir. ¿Me tienes muy excitada y mi mente vuela y casi
me da un paro cardíaco? Ni loca le digo eso. Pienso, pienso y pienso lo que debo decir,
pero no me salen palabras. William se mosquea más todavía y da la media vuelta.
¡Vamos, Fátima, se te va a ir! Le tomo del brazo, mientras que mi mirada
se fija directa al suelo.
―No, no te vayas
así, por favor. Es que . . .
―¿Es que qué,
Fátima? Solo te muestras conmigo cuando ya no resistes. No me gusta eso. ¿Por
qué no te dejas llevar por esto que sentimos?
―Porque me da
miedo, William. Esto que me pasa no me ha sucedido nunca jamás. ¿Lo entiendes?
Nunca. Y ... y ...
―¿Y qué? ―vuelve
a preguntar, rodeándome con su brazos, acercándome más y más a él.
―Es
muy fuerte y podría dejarme llevar por ti, solo con el único objetivo de
complacerte. Además de que me haces desear tantas cosas que no sé ni por dónde
empezar. Pensamientos de ese tipo no me los han despertado otros, solo tú.
Su cara de satisfacción es
impresionante. Me toma más fuerte todavía, su rostro está tan cerca del mío que
quiero bajar mi rostro, pero no lo hago. Me da un pequeño beso en los labios.
Me mira como si tuviera un tesoro entre sus brazos, al cual no desea hacerle
daño. ¡¿Podrá ser más hermoso este Adonis?!
―Entonces por eso
te fuiste, ¿por tus pensamientos? ―pregunta en tono burlón.
―Pero
qué puedo hacer. Tú bailas así y te mueves todo. Pues no solo a mí me colocas
cardíaca, sino a todas las demás. Haces querer e imaginar más de la cuenta. ¿Lo
haces a propósito?
Ríe como un niño, complacido
sobremanera por lo que escucha. Me da otro beso en la nariz. Me siento tan
cómoda en sus brazos que me acomodo, alzo mis brazos tratando de abrazarlo.
Siento sus fuertes brazos, sus músculos. ¡Todavía no me lo creo! ¡Le gusto a
este hombre!
―No, preciosa. Es
algo que es parte de mí. Pero hoy lo he hecho solo para ti. Claro está cuál es
mi intención ―suelta con esa mirada tan intensa―.
Te quiero y deseo para mí. Me encanta provocarte y ver cómo tus mejillas se
sonrojan, justamente como ahora.
―Lo lograste,
Will. No sabes cómo estaba.
―¿Estabas?
―pregunta pícaramente.
No hay duda alguna, este
hombre quiere intimidarme hasta cuando sepa que puede hacer conmigo lo que
quiera. Como no puedo
responderle, ni tampoco puedo mirarle a la cara y negar lo que ya sabe,
recuesto mi cabeza en su hombro, sin ganas de responder.
―No,
no, no. No te escondas, preciosa ―me reprocha. Viendo que no va a sacarme
de allí, se mueve un poco y se recuesta completamente en la pared, obligándome
a mirarle―. No tienes que decirme, lo descubriré yo solo.
Sin entender muy bien lo que
propone, siento como baja sus manos hasta mis glúteos, los acaricia, apretándome
hasta su entrepierna. Mi cuerpo se tensa al sentirlo, mientras que mi deseo va
en aumento. ¿Qué estoy haciendo? No lo sé, pero me dejo llevar por él, sé
que no me hará daño. Todo mi cuerpo lo siente y lo reclama como su único dueño.
Mi corazón late a tres mil por hora, cada poro de mi cuerpo se despierta más
todavía, sintiéndose vivo, receptivo, anhelante. Debería detenerlo, pero es
que no quiero.
―Todavía
lo estás, ir al baño no te ayudó en nada, preciosa. Me deseas como yo a ti,
eres perfecta para mí. Me vuelves loco, preciosa.
Mi cabeza de vueltas, quiero
decirle que es un creído, pero para qué, tiene toda la razón. Además, esas
últimas palabras me has dejado por las nubes. Una chica como yo, ni fea ni
bonita, vuelve loco a un hombre como él, quien puede tener a quien quiera, sea
un juego o seriamente. Me ha visto a mí.
Nuestros pechos se tocan,
nuestras caderas se rozan, sus palabras son un bálsamo al que no puedo
resistirme. Mis labios buscan desesperados los de él, quienes esperan
impacientes los míos. Me muerde suave el labio inferior, haciendo que suspire
de placer. Luego, su lengua pide paso en mi boca y la dejo. Jugamos, la
intensidad se apodera de nosotros, por lo que somos caricias, besos y deseo. Un
combo perfecto. No solo nuestros cuerpos empiezan a unirse en ese momento, sino
nuestras almas, nuestros destinos. Sin darnos cuenta ya nos pertenecíamos.
Logro entrar en razón,
detenerme un poco y resistir estas sensaciones. ¡En plenos baños, debemos
estar locos¡ No puedo evitar sonreír al despegarme de él y acomodarme la
ropa. William me deja, porque seguro imagina lo mismo que yo. Doy dos pasos
enfrente de él, para irme antes, pero me lo impide.
―Si te ven salir
de aquí salir conmigo, será raro, Will.
―No me importa. No
quiero que salgas sola.
―¿Por qué? ―me
atrevo a preguntar.
―Demasiado
hombre alrededor mirándote, llamas la atención, ¿no lo sabías? Mucho más ahora.
―El rubor sigue apoderándose de mí, sin querer―.
Sí, así como ahora eres toda una visión. También haces desear.
No puedo apartar mi mirada
de él. ¡Contrólate, Fátima! Cuando voy a tropezarme con una chica, él me
sostiene para evitarlo. Desde lejos Maikol lo solicita y William asiente.
―Debo
irme, preciosa. ―Un beso en la mejilla es lo que recibo―.
Luego, más tarde, otro día, nos concederás lo que tanto deseamos. Lo esperaré.
Hoy no te vayas sin mí.
Derechos Reservados
Imagen y edición Marianny Pulgar
Autora Dayana Rosas
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