SIMPLEMENTE A SU LADO
PARTE V
Niego
con la cabeza, pero me ignora. Se levanta del sofá y se dirige hacia
la cocina. Busco la mejor forma de hacerlo entender que no podemos
seguir. Tantas cosas me pasan por la cabeza, no sé cuál escoger.
Se
devuelve por el mismo pasillo hacia el sofá. Esta vez trae dos copas
de vino ¿Dos copas de vino? ¡Increíble! Ha obviado toda la
conversación. Se siente de nuevo, me da la copa. Toma un sorbo y
quiere brindar.
―¿Qué
vamos a brindar, Tomás? ¡Por favor, lejos estamos de hacerlo! ―Me
tomo el vino completo―. No podemos seguir, Tomás. Jamás vuelvas a
hablar mal de Víctor, pues no tienes idea de lo que dices. ¿Ok? No
te amo, ni tú a mí. Te gusta controlarme, eso es lo que necesitas
de mí. Como nunca digo no, te aprovechas de eso. Me haces sentir muy
mal por no tratarme de comprender y de lastimarme, destrozando alguna
esperanza que guardara en mi dolorido corazón. Estoy siendo sincera
contigo. Solo yo soy la única culpable, pero no puedo evitarlo. No
puedo amarte como tú quieres. Ya no puedo más.
Cada
vez más, el rostro de Tomás se encoleriza. Sus movimientos se
vuelven felinos, como una bestia cazando a su presa. Por primera vez,
el temor me invade cuando estoy cerca de él. Se levanta rápidamente
y se abalanza sobre mí. Me apresa las manos y me besa. No
correspondo a él, no quiero ni puedo. Me muevo como loca para
quitármelo de encima, pero no lo logro.
―Te
he dicho que no te voy a dejar ir, menos por ese pendejo de Víctor.
Te quedarás conmigo.
No
solo se conforma con atacarme y menospreciarme en nuestra relación,
sino que quiere minimizarme asustando con violarme. ¿De
verdad lo hará?
Mi corazón late muy fuerte en mi pecho, pugnando por salir. El miedo
me invade, convirtiéndome en víctima. Sus manos me tocan. La
repugnancia me llena por primera vez en la vida, es como si gusanos
pasaran por todo mi cuerpo, sin poder hacer nada. Sigo intentando,
pero no puedo quitármelo de encima.
―Te
dije que no hablaras mal de Víctor ―lo amenacé con la voz baja,
mientras golpeo su entrepierna con mi rodilla.
Por
fin, puedo soltarme y salgo corriendo de la sala. Voy hacia la puerta
principal de la casa. Creo que estoy liberada, pero cuando abro la
puerta, me doy cuenta que está cerrada con llaves.
¡Rayos, no pudo salir!
Giro mi cuerpo hacia donde está él tirado en el suelo. Poco a poco,
se incorpora y se dirige hacia donde estoy parada. ¡Allí
viene, allí viene! ¿Qué hago?
Derechos Reservados
Imagen - Pixabay - Pexels
Autora Dayana Rosas S. G.
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